Las palabras del diario de Colón “Esto es un injerto” refieren al modo en que tallos y hojas “disformes” se reproducen y proliferan en América. Parecen producto del artificio, pero no lo son. En la desmentida de Colón, sin embargo, yace el prodigio: esa mirada ya ha operado la trasmutación, ha convertido lo natural en fábula. Lo mismo puede decirse del barroco, un extraño injerto, un artificio maravilloso que, sin embargo, se halla a gusto en tierra americana. Su materialidad contundente, su renuencia a dejarse abarcar desde un único punto de vista, hacen de él algo más que un estilo artístico: lo convierten en concepto operatorio para un re-descubrimiento de América.

Estos ensayos procuran vincular hermenéutica y barroco, un modo de leer y de mirar que crece en los intersticios, que despunta en el cruce imposible de los planos en tensión. Una hermenéutica de la inmanencia en la que el equívoco, la falla y el fallido esquivan la traducibilidad presunta de los mundos.


Este libro es el primero de los frutos de este extraño injerto de hermenéutica y barroco. Reúne los textos que los integrantes del Proyecto UBACyT “Texto barroco y hermenéutica en América Latina: hacia una política de la textualidad”, compusimos desde su aprobación como proyecto institucional, y gracias al financiamiento de la universidad pública, comprometida desde la emergencia de los proyectos UBACyT con la investigación universitaria. Reúne también textos que florecieron en las IV Jornadas Internacionales de hermenéutica, gracias a la participación de nuestros invitados: Roberto Echavarren, Luz Ángela Martínez y Adrian Cangi, especialistas en barroco y neobarroco latinoamericano. Vegetal y prolífico, este trabajo se completa con las ilustraciones de una artista, Paula Otegui, a quien además agradecemos haberse entusiasmado con este proyecto. Vaya, pues, este libro que quiere ser una ofrenda sencilla para nuestra América profunda.


Reseña de Esto no es un injerto

por Daiana Ruiz (UBA)

¿Hay gesto más barroco que unir a Colón y a Magritte en una misma frase? Este libro se instala, desde su título, en las aparentes perplejidades de representar nuestro continente. Un primer epígrafe del Diario de a bordo reproduce las impresiones de Colón al enfrentarse, maravillado, con el paisaje vegetal americano, donde da cuenta de la diversidad y la disformidad de los árboles, de la diferencia con lo conocido, pero sostiene que, a pesar de sus maneras tan disímiles, éstos no son injertados. Quizás el mirar viene acompañado de un grado de significar y nombrar, y en ese momento Colón no pudo advertir cómo denominar aquello que veía, sin embargo lo reconoció como natural. El título se presenta entonces como un primer disparador de interrogantes. ¿Qué implica representar? ¿Acaso toda producción humana es una representación injertada? ¿O es esto América Latina?

Alejo Carpentier descubría en la imposibilidad de Colón de nombrar aquello que vio en el nuevo suelo americano una falencia propia de la mirada del Viejo Mundo, y argumentaba que aquellos que nacen en la tierra americana ya no pueden mirarla con esos ojos y deben reconocerla barroca.Podríamos considerar al ensayo como la forma de manifestar lo que no puede ser capturado por las categorías del Viejo Mundo, es decir, de manifestar eso que hoy llamamos América. En el ensayo se despliega el “predominio de la voz sobre el logos”, como advierte María José Rossi en el Prefacio del libro, o un logos que es más bien un tantear vociferante, característico de toda una tradición americana. De ahí que los textos de este libro se reúnan en torno a la forma ensayística como escritura abierta, que pretende horadar un tema sin clausurarlo. Éstos son como la tierra que halló Colón, con ramas que provienen de múltiples árboles del pensamiento y la sensibilidad, que se pierden o se dislocan en un nosotros proliferante que dialoga con lo latinoamericano. Esas ramificaciones dan cuenta de la polifonía del libro, que se dispone en un concierto organizado por el barroco –o lo barroco–, no como estilo artístico o período histórico, sino como concepto operatorio para la construcción de una hermenéutica latinoamericana que intenta “dar cuenta del modo en que, en un espacio semiótico atravesado por fronteras múltiples, se organizan, cruzan y condensan una pluralidad de perspectivas en tensión”.

El problema del representar/expresar se distiende sobre ese devenir americano del barroco en barroso (siguiendo el juego de palabras de Perlongher) y se transfigura entonces en la pregunta por el fondo: “si en el fondo es el barro”, conjetura Rossi, y si quizás cada ensayista, desde su punto de vista, desde su “especialidad” y desde su interés particular, tenía los pies en ese lodo, ¿hay un barro común, que comparten los americanos? Tal vez la herida de ser americano, de ser un cuerpo que ya no está desnudo, pero que no puede dejar de nombrar a aquellos cadáveres que alguna vez fueron ajenos a la noción de desnudez. El cuerpo barroco es un cuerpo travestido, un cuerpo mestizo, cuerpo mutilado, cuerpo que se entrega, por ende, que muta en muñeco, un cuerpo que está metamorfoseando el género y que mientras muere está pariendo. En uno de los ensayos, se lee la respuesta que da el personaje Arlequín a este mismo interrogante: “nada hay de nuevo sobre el sol, nada hay de nuevo en la luna”, y así “todo es siempre la misma cosa. No hay más que un solo y mismo fondo”. O acaso no existe tal fondo y todos somos barro, híbrido, trans, maniquí, que agoniza y florece.

La lectura del barro es turbia y, como tal, incomoda. Lezama Lima planteaba que el barroco en el Nuevo Continente se convierte en el arte de la contra-conquista, en tanto se resiste a la colonización y a la armonía, deja entrever la tensión, el plutonismo, el mestizaje, y permite proliferar en él lo caótico. Así, contrariamente a las pretensiones del Iluminismo, el barroco incursiona en las heridas de la luz y en las trabas humanas. Aun perteneciendo a este continente, el lector puede sentirse como Colón frente a la vegetación americana. Pero no debe esperar un final feliz, una belleza orgánica y ordenada, no debe esperar nada ni querer entenderlo todo. ¿Se lee para buscar la ataraxia? ¿O para reconocerse en el horror? Aquellos que lean estos ensayos, permítanse embarrarse.

Los ensayos que componen el libro: “Para una hermenéutica de las políticas estéticas” (Alejandra González), “Historicidad y transhistoricidad del barroco” (Adrián Cangi), “Escepticismo y barroco” (Roberto Echavarren), “(Cuerpo desaparecido). Cuerpo desnudo. Cuerpo Colonial” (Luz Ángela Martínez), “La frontera, el límite, el otro. Cartografías de lo político y hermenéuticas de la alteridad en Una excursión a los indios ranqueles” (María José Rossi), “‘Hollywood tropical’. Políticas de la luz en Glauber Rocha” (Nicolás Fernández Muriano), “‘Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento’. Roberto Bolaño y una novela alegórica” (Lucas Bidon-Chanal), “Del diálogo al conflicto. El agonismo barroco como alternativa a la retórica dialógica de la racionalidad hegemónica” (Gastón Beraldi), “Muñeca y melancolía como pathos barroco en Juan García Ponce y Alejandra Pizarnik (Maritza M. Buendía), “El mundo de lo real maravilloso: hacia una hermenéutica de la función significante” (Adrián Bertorello).